Los astrónomos no se han conformado con descubrir fenómenos inesperados: los quieren entender y estudiar con el mayor detalle posible. Así, desde que Galileo miró por primera vez los cielos con un telescopio, estos han ido aumentando en tamaño, pasando por el telescopio de 1.22 metros de diámetro de William Herschel (1789), el reflector de 2.50 metros de Monte Wilson (1917), el de 5 metros en Monte Palomar (1948), hasta llegar al mayor telescopio de hoy en día, el telescopio Keck de 10 metros de diámetro, ubicado en Mauna Kea, Hawaii. Pero no solo los telescopios han crecido en tamaño; también los detectores han ido sofisticándose y la astronomía ya rara vez se hace con detectores fotográficos y mucho menos con el ojo humano. Actualmente se emplean dispositivos opto-electrónicos de alta sensitividad, al punto que un telescopio de 2 metros dotado de una cámara CCD (por sus siglas en inglés: Charged Coupled Device) es mas poderoso que el reflector de 5 metros de Monte Palomar.
La contínua búsqueda de explicaciones forza a los astronómos a trabajar constantemente con los objetos más débiles. La astronomía, en este afán, empuja la tecnología a sus límites. Proyectos tales como el telescopio de Monte Palomar, el telescopio espacial Hubble y cada uno de los proyectos que existen para construir telescopios de 8 metros de diámetro requieren de constantes desarrollos tecnológicos e invenciones. La astronomía es impulsora de nuevas creaciones en áreas como la óptica, la electrónica, la computación y la mecánica.
Los objetos astronómicos proporcionan condiciones únicas para el estudio de las leyes físicas. No solo es imposible estudiar las estrellas en nuestros laboratorios: el medio interestelar permite estudiar gases con densidades de unas cuantas partículas por metro cúbico y temperaturas de millones de grados; los campos magnéticos de las estrellas de neutrones son millones de veces mas intensos que los que podemos producir en la Tierra; las explosiones de supernova logran imprimir a partículas elementales energías cientos de millones de veces mayores que las alcanzables por los aceleradores terrestres. No es casualidad que las leyes de la gravitación hayan sido deducidas del estudio de los cuerpos celestes, ni que las pruebas mas rigurosas de la teoría de la relatividad sean de carácter astronómico. Incluso se ha considerado el uso de algunos pulsares como estándares de medición del tiempo, dada su impresionante exactitud.
La aportación mas tangible de la astronomía es de carácter social: el fascinar a millones personas de todas partes del mundo. Existen inumerables aficionados a la astronomía, muchos de ellos agrupados en asociaciones de astronómos aficionados. Millones de personas siguen con curiosidad e interés el paso de los descubrimientos que día a día se llevan a cabo en el campo de la investigación astronómica.
La astronomía en México se remonta, por lo menos, a los tiempos de los Olmecas quienes ya poseían un calendario de 365 días y manejaban un ciclo de 260 días que recurre en varias civilizaciones prehispánicas. Esta tradición fué extendida por las distintas culturas: por ejemplo, los Mayas quienes tenían un sofisticado calendario, realizaron cálculos sobre la predicción de eclipses y estudiaron el movimiento de Venus. El estudio de los astros perduró hasta el tiempo de los Aztecas, quienes tenían sus propias constelaciones. El alto número de observatorios astronómicos prehispánicos es evidencia de la importancia que nuestros antepasados dieron a los fenómenos astronómicos.
La astronomía mexicana contemporánea arranca con la inaguración del Observatorio Astrofísico Nacional en Tonantzintla, Puebla, en 1942. En este lugar, en la década de los cincuentas, Guillermo Haro -cuyos restos fueron transladados recientemente a la rotonda de los hombres ilustres- realizó sus mas importantes descubrimientos, como el de los objetos Herbig-Haro, las estrellas ráfaga y un tipo de galaxias azules. En la siguiente década, también desde Tonantzintla, Eugenio Mendoza descubrió un exceso de emisión infrarroja en las estrellas T Tauri, el primer indicio de que estos objetos son estrellas en formación. El crecimiento de la ciudad de Puebla forzó la creación del Observatorio Astronómico Nacional, inagurado en 1976 en la sierra de San Pedro Mártir, Baja California. Desde 1987 México tiene un segundo observatorio: el Observatorio Astrofísico "Guillermo Haro" del Instituto Nacional de Astrofísica, Optica y Electrónica (INAOE), ubicado en la sierra Mariquita, cercana a Cananea, Sonora. A pesar de contar con menos de un centenar de astrónomos (en Estados Unidos hay mas de cinco mil astrónomos profesionales), México tiene, desde los tiempos de Guillermo Haro, un alto prestigio en este campo.