Sirio B: una estrella enana blanca


Friedrich William Bessel (1784-1846), uno de los científicos mas notables de su tiempo, hizó una de las aportaciones mas fundamentales de la astronomía del siglo XIX. Una de la cuestiones que mayormente frenaban el desarrollo del conocimiento acerca de las estrellas era el desconocer sus distancias. Los esfuerzos infructuosos de varios astrónomos de principios del siglo XIX dejaron claro que estas distancias debian ser enormes. En 1838, Bessel utilizando un método puramente geométrico, conocido como "método de paralaje", logró medir después de 18 meses de observaciones la distancia a la estrella 61 Cygni, midiendo su distancia al Sol en unos 10 años-luz. Una vez dado este primer gran paso, Bessel dirigió su esfuerzo hacia la estrella mas brillante de la noche, Sirio.

Una de las características de las estrellas cercanas, como 61 Cygni o Sirio, es que se mueven muy despacio, apenas perceptiblemente después de muchos años, con respecto a las estrellas del fondo, mucho mas lejanas. Este movimiento es en principio rectilíneo, pero al estudiar Sirio, Bessel encontró que la trayectoria de Sirio se desvía ligeramente de una recta. Después de 10 años de minuciosas observaciones Bessel concluyó que Sirio es en realidad una estrella doble, girando alrededor de una estrella compañera cada 50 años. A pesar de estar seguro de su existencia, Bessel no logró observar a la compañera de Sirio, mucho menos luminosa que esta.

La primera observación de "Sirio B" (siendo "Sirio A" la estrella principal del sistema doble) se dió en 1862, 16 años después de la muerte de Bessel, cuando Alvan Clark probó el telescopio de 18 pulgadas (45 centímetros) de diámetro que su padre había terminado de construir. Sirio B resultó ser unas 10 mil veces menos brillante que Sirio A. Sin embargo las masas de las estrellas no difieren tanto: mientras que Sirio A tiene 2.3 veces la masa del Sol, Sirio B es igual de masiva que el Sol. Dado que la luminosidad de una estrella depende fuertemente de su temperatura, los astrónomos de la época, que aun no contaban con los instrumentos adecuados para realizar los estudio necesarios, supusieron que Sirio B era una estrella de tamaño similar que Sirio A pero mucho mas fría. De esta manera podían reconciliar el que el cociente de las masas de las dos estrellas fuera de 2.3 mientras que el de luminosidades era de mas de 10 mil.

Cincuenta años después, Walter Adams empleando métodos de espectroscopía en el observatorio de Mount Wilson logró medir la temperatura de Sirio B. Para absoluta sorpresa de todos, Sirio B resultó ser una estrella extremadamente caliente: la temperatura en su superficie es de mas de 27 mil grados centígrados, mayor que la de Sirio A que no alcanza los 10 mil grados, o que la de nuestro Sol, que es de unos 5700 grados. La única forma de que una estrella tan caliente fuera tan poco luminosa era que sus dimensiones sean muy pequeñas. De hecho el diámetro de Sirio B resultó ser de menos de 1% del diámetro del Sol. Los resultados de Adams, publicados en 1915, hacían de Sirio B una estrella tan extraña que muchos astrónomos calificaron los resultados de absurdos: cómo iba a tener una estrella de 27 mil grados una masa igual a la del Sol contenida en un objeto mas pequeño que la Tierra? Esto implicaba que un cubo de materia de Sirio B de un centímetro de lado debería pesar unas 3 toneladas!

A pesar de las críticas la evidencia era tan clara que gradualmente fué aceptada la existencia de estrellas superdensas. Hoy en día sabemos que Sirio B no es una estrella común, sino una "enana blanca". Las enanas blancas son los restos de estrellas "normales" que vivieron algunos centenares o miles de millones de años y que después de violentos cambios solo conservaron su partes centrales, calentadas al haberse contraído súbitamente pero desprovistas de combustible nuclear capaz de proveer nueva energía. Tanto Sirio A como el Sol terminaran sus vidas como enanas blancas, estrellas superdensas y extremadamente calientes que se enfrían lentamente hasta perderse en la oscuridad del cielo.


Esperanza Carrasco Licea & Alberto Carramiñana Alonso
Diario Síntesis, 29 de Octubre de 1996